Quan la gent gran parla dels seus avis, el resultat sempre és molt bonic i interessant. Com aquest fragment d’un dels nostres llibres:
Aquellos años fueron difíciles, la posguerra apretaba y había escasez. Tal es así que, de vez en cuando, con mi abuela bajábamos al río, por entre los campos, a robar patatas. De lejos, oíamos a los payeses:
–Lladres! Marxeu! Marxeu! –gritaban.
–Collons –me decía mi abuela–, de què vols que mengem? No facis cabal!
Después, mis padres fueron a buscar trabajo y yo me quedé con mi abuela en Sant Joan de les Abadesses. Con ella, que para mí era una mujer de leyenda, viví unos años muy felices. Yo me sentía muy libre porque ella me lo consentía todo, y vivimos un montón de aventuras. Que no eran aventuras, claro, pero a mí me lo parecían. Recuerdo, por ejemplo, ir a la montaña con ella, a buscar setas, y perdernos en el laberinto de árboles, de aquí para allá, hasta que mi abuela encontraba siempre el camino de vuelta a casa. También fue ella quien me enseñó a rezar, temerosa de Dios como era. Todavía hoy, cuando voy a oír misa los domingos, la tengo presente.